No sabía que en Nagarkot viviría una de las experiencias más bonitas de mi vida: mi primer amanecer.
A las 4:30 salta la primera alarma y no necesito más para que se me pongan los ojos como platos.
Manu que se acostó burlón y se despierta igual, me dice desde debajo del edredón:
«Venga, no remolonees, venga no te asobines», que es lo que le digo yo todas las mañanas.
Salimos del hostal totalmente de noche. Tenemos una hora de caminata cuesta arriba.
Nada más salir a la calle, un montón de militares con linternas, fusil, mochila al hombro y uniforme reglamenario, corren en la misma dirección que tenemos que tomar nosotros.
¡Va a ser que lo de la zona militar restringida era verdad!
A pesar de ser tan temprano, ya se ven luces en algunas casitas. Incluso algunos bares empiezan a abrir.
Por el camino hacia el mirador, ¡nadie más que nosotros!
Sería genial poder ver la salida del sol a solas con mi cari.
El camino de subida, de noche, es precioso.
El cielo está totalmente estrellado y el valle pintado de lucecitas. Es como si se hubiesen descolgado millones de estrellas y también nos estuviesen alumbrando desde abajo.
Cuento 3 estrellas fugaces que sé que me advierten sobre la belleza que estoy a punto de presenciar.
Como es totalmente de noche y sólo llevamos la linterna del móvil, nos pasamos el mirador.
Menos mal que había por allí una señora que se dio cuenta y nos corrigió el itinerario.
Anda que como después de perdernos la puesta de sol y levantarnos a posta para ver la salida, nos la hubiésemos perdido también, sería para matarnos…
Después de subir unas escaleras, llegamos al mirador.
Para nuestra desilusión, ya había allí cinco turistas más.
Enseguida atisbamos una especie de torre de control y enfilamos la escalera de metal, que tendría más de 10 metros.
¿Qué hace esa gente ahí abajo con las vistas que hay desde aquí?
Parece que abrimos la veda y algunos más se atreven a subir.
El silencio que reina en el lugar y la franja roja que se dibuja en el horizonte, convierten el momento en algo especial.
Si no fuese porque me van a tener que amputar los pies por el frío el momento sería perfecto.
Hasta que empieza a llegar más gente…
Primero un grupo de indios escandalosos que rompen totalmente el ambiente que se había creado.
Pero la cosa va a peor cuando llegan un grupo enorme de chinos o japoneses, o lo que sean. De esos que tienen los ojillos pequeñitos y gritan mucho ?
No hace falta que os diga que llevan cámaras del tamaño de mi cabeza y que, aún siendo de noche aún, echan fotos sin parar a no se sabe qué.
Como todos sabemos, los chinos son muy listos y por ello pueden hacer muchas cosas a la vez.
Son capaces de echar fotos a diestro y siniestro, al mismo tiempo que se chillan unos a otros.
A mí que me cuesta bastante la gente que tiene un tono de voz alto, a pesar de que tengo alguna de mis mejores amigas con ese problema ?, sólo me dan ganas de tirarme en plancha sobre ellos desde lo alto de la torre.
Por si acaso no atino y me hago puré, intento evadirme y disfrutar del momento.
El tono rojizo de la franja que se dibujaba en el horizonte empieza a ser naranja.
Ya se ven con algo más de claridad algunas montañas.
Si miramos hacia delante, la salida del sol. Si miramos hacia atrás, el Everest escondido detrás de los Himalayas.
¡Qué espectáculo! ?
Una de las chinas se sube a la torre con nosotros y «charla» desde arriba con los que se han quedado abajo.
¿A que te tiro a ver si vuelas?
Poco a poco la luz del sol empieza a brillar con más fuerza.
A los pocos minutos, asistimos a uno de los espectáculos más preciosos que haya visto en mi vida.
La primera puesta de sol que recuerdo, en Nepal, con el Himalaya a mis espaldas y cogiendo mi mano, el hombre más maravilloso del mundo.
¡Si esto no es la FELICIDAD, seguro que se parece!
Durante esos segundos se me ha olvidado que quiero asesinar a la chinita y a las indios escandalosos.
Incluso se me olvida que no siento ninguna parte de mi cuerpo.
Seguro que si me hago pipí encima, la cosa mejora…
¡No, no es buena idea! ¡Mejor bailo! ?
Después del bailecito y de calentarme las manos para poder bajar por la escalera con mayor seguridad, tocamos suelo e iniciamos la retirada.
Un poco más abajo del mirador, algunos puestos de comida se preparan para dar de desayunar a los turistas que hemos tenido el valor de llegar hasta allí.
Vemos un puestecillo donde hay un muchacho sentado alrededor de una hoguera y se me para el mundo.
Me da igual lo que sirvan aquí, yo con la hoguera tengo suficiente.
Pedimos un café y unas cosas fritas que hacen en Nepal, tipo churros.
O eso creíamos claro, porque si esta gente prueba los churros de mi Lydia (Churrería La Estrella de Linares) no podrían volver a comerse eso ni hartos de vino.
Hacemos la intentona de mejorarlo mojándolo en el café…
¡Nada!
Aquello no hay forma de que entre por el gaznate (como diría mi abuelo).
Pero qué mas da si estamos aquí en la hoguera tan agustito…
Hasta que…como si aquel fuese el único puesto de comida de la zona, bajan los indios escandalosos y ¡se sientan con nosotros!
¡Cago en tó en tó me cago!
Ahí tienes a la matriarca, gorda como una vaca, con sus chanclas con calcetines a 10 grados bajo cero, desayunando un plato de garbanzos.
¡Ole tu ovarios!
Ya con la luz del día, somos conscientes de que casi ninguno de los turistas que había en el mirador había subido andando como nosotros ?
No me pesa porque yo ya tengo hecho mi entrenamiento de glúteo para hoy.
Después de un rato de descanso en la habitación, salimos a comernos unos noodles, unos momos y unos cafelitos.
Al pasar por una tiendita de estas que te encuentras cada 2 metros por todo Nepal, paramos a comprar algo de fruta.
Nos venden las peores mandarinas que hemos probado en nuestra vida.
Sin embargo, nos sirven para matar el hambre porque no tenemos ganas de salir a cenar.
Hemos madrugado tanto y tenemos una habitación tan cómoda, con tele, que nos vamos a quedar a disfrutarla.
Con mucha alegría, encontramos una peli en inglés que no habíamos visto.
Nos acurrucamos en la cama para disfrutar de ella y…en lo mejor…se va la luz.
Así que nada, a la camita que mañana temprano volvemos a Katmandú.
Ganas de meternos bajo esa nube de polvo otra vez, ningunas, pero tenemos que hacer noche allí para coger un bus al día siguiente hacia Pokhara.
Nos han dicho que Pokhara nos va a gustar y que además se pueden encontrar alojamientos muy buenos a bajísimo precio.
¡Estamos deseando llegar!
BUENAS NOCHES MOCHITER@S