Superar la pérdida de un ser querido nunca será fácil. Si además se trata del padre y se marcha antes de tiempo, la pérdida se convierte en un camino tortuoso pero del que se puede aprender mucho.
Curiosamente, aunque yo tengo la gran suerte de tener a mi padre conmigo, tengo bastantes amigas que han perdido a su padre mucho antes de lo que cabría esperar.
Una de estas amigas, que después de muchos años aún no ha conseguido superarlo, me pidió que escribiese un artículo sobre «cómo superar la pérdida», en este caso de su padre.
Me hizo mucha ilusión que me confesase algo tan íntimo que la estaba machacando todavía, pero lo que más ilusión me hizo fue la idea de poder ayudarla con uno de mis artículos. Pero enseguida se me quitó la ilusión…
- ¿Cómo iba yo a ayudar a una persona a superar algo por lo que yo no había pasado?
- ¿Qué consejos iba a darle a alguien sobre una cosa tan seria de la que yo no tenía ni idea?
- ¿Con qué autoridad podía ponerme a hablar de pérdidas tan importantes si yo no podía ni imaginar el dolor tan grande que se debía sentir?
¡Imposible! Tendría que decirle a mi amiga que no podía escribir lo que me pedía.
Pero entonces recordé que tengo otras muchas amigas que sí que han pasado por lo mismo, que han podido sanar esa herida, en la medida de lo posible, y que han salido reforzadas de una experiencia tan traumática.
¡Le pediría a mis amigas que me contasen su experiencia para escribir el artículo! ¡Genial!
Enseguida me puse a mandar algunos emails y las respuestas no tardaron en llegar, todas ellas estuvieron encantadas de contarme su experiencia y de abrirme su corazón.
UNA DE LAS SITUACIONES MÁS DURAS DE TU VIDA
Si tú también has perdido a tu padre o a algún ser querido muy importante para ti, conocerás la sensación de profundo vacío que se siente.
Para esta amiga de la que te hablo, vamos a llamarla Estrella, la pérdida de su padre ha marcado toda su vida. Ha sido tan fuerte que después de más de 10 años sigue sin poder superarlo. Se agarra al recuerdo de lo que fue y fantasea con lo que podía haber sido, sin hacer el luto ni dejar marchar a ese padre que, físicamente, ya no está.
En mi caso, he perdido a mis dos abuelas, a mi abuelo, a un amigo, a varias mascotas…pero no me atrevo ni a comparar estas situaciones con lo que puede suponer la pérdida de un padre…
TESTIMONIOS
Estos testimonios que te muestro a continuación son la historia de 4 buenas amigas que han tenido que sufrir que su padre se marchase, antes de tiempo. Sus relatos salen del corazón y espero que puedan ayudarte si has tenido que pasar por la misma situación que ellas.
Te dejo con sus historias:
LA HISTORIA DE NOELIA:
«Me desperté un día y en mi casa sólo se escuchaba jaleo y a mi madre sollozar. Mi hermano esa noche se había quedado a dormir en casa de mi abuela y yo dormía con mi hermana y mi madre en casa. Cuando me desperté ese día mi sexto sentido ya sabía que nuestra vida había cambiado para siempre…
Mi tía vino a despertarnos y nos dijo que mi padre había tenido un accidente y que nos teníamos que ir a casa de mi abuela. Nos vestimos y mi madre entre lloros nos dio un beso. ¿Tanto drama sólo por un accidente? Yo ya sabía que no…
Cuando llegamos a casa de mi abuela y comentamos lo ocurrido con mi hermano (que sólo tenía 9 años) me dijo con esa templanza que aún hoy le caracteriza: «bueno…sólo es un accidente, aún no sabemos nada»
La «Noe anticipatoria», ósea yo, que también a día de hoy sigo siendo igual, no entendía por qué nadie compartía lo que ella opinaba, ¡cuando estaba claro que aquello no era normal!
Fue después, en casa de nuestra tía Mari, cuando ella y la tía Lola nos sentaron en el sofá y nos dijeron: «cariño: papá se ha ido al cielo»…
En ese momento la tierra se abrió ante nuestros pies…
A las pobres les tocó el peor de los papeles y allí estaban acunando a tres pequeños, cuando ellas mismas estaban viviendo también su duelo.
Yo recuerdo que todo lo que hacía era llorar y repetir: «¿Por qué? ¿Por qué se ha tenido que ir? ¿Por qué nos hace esto?»…
Aunque supongo que lo hicieron de buena fé, no nos dejaron ir al entierro, «ese no es lugar para niños tan pequeños», pero la sensación con la que yo me quedé es que no pude despedirme de mi padre.
Mi padre era camionero y hacía viajes largos. Muchas veces cuando llegaba ya estábamos durmiendo, así que el día del accidente hacía 3 días que no le veíamos.
Recuerdo cuando volvimos a casa, a la realidad. Me iba a poner el pijama y sentada en la cama vino mi madre se sentó conmigo y me dijo: «Noelia, papá no va a venir más, tú me tienes que ayudar con esto porque yo sola no puedo».
«¿Yo?…¡¡¡pero si sólo tengo 12 años!!!»
¡¡¡Bye bye infancia!!!
Mis profesores del colegio ya habían avisado a mis padres de que yo era una persona muy exigente y que sino empezaba a aceptar que podía equivocarme, como todo hijo de vecino, iba a tener que lidiar con muchas frustraciones a lo largo de mi vida, lo que se agudizó bastante después de esta sentencia de mi madre.
Esto me ha pasado grandes facturas.
Desde ese momento yo, la mayor de 3 hermanos que se habían quedado huérfanos de padre, era la que tenía que hacer todo bien y estar a todo y para todos. O al menos así lo viví yo.
Ese verano me pusieron a trabajar. Mientras todas mis amigas se iban a la piscina, o a la plaza, yo me pasaba el día en un taller de confección, y luego tenía que sacar buenas notas. Y todo perfecto, por supuesto.
Mi hermana era harina de otro costal, siempre iba regular en los estudios, su carácter era difícil y yo veía que llegaba a mi edad y no la trataban igual que a mi. Cuando yo reclamaba, la excusa de mi madre era que tenía que ir a clases de refuerzo en verano….
En ese momento creo que no era consciente de los efectos que iban a tener todas estas situaciones para mi…Siento que me he perdido mi adolescencia y que hay muchas cosas que no he vivido. Siento que mis relaciones personales, tanto con las amigas como con los chicos, eran muy pobres. Me sentía «la pava» del grupo, no sé cómo explicarlo.
He hecho muchas cosas de las que me arrepiento (arrepentida porque las consecuencias me han afectado pero agradecida por haber aprendido de ellas) y que han sido fruto de mi inmadurez emocional.
Si tengo que elegir un momento en el que me doy cuenta de que algo pasa conmigo es cuando me saco el carnet de conducir y no soy capaz de coger el coche sin pensar que va a ser mi último viaje.
Algo no funcionaba, estaba claro, y entonces me planteo: «has estudiado lo que te gusta, eres joven, guapa, independiente económicamente y en todos los aspectos, tienes todo lo bueno que está establecido socialmente que hay que tener y ¿no eres feliz?, ¿qué pasa?».
Como todo pasa por algo acepté un contrato de un día en un pueblo al que jamás habría ido y al que de hecho no volví nunca. Soy enfermera. Ese día, hablando con mi compañera, me recomendó ir a conocer a Carlos, un terapeuta que resultó convertirse en mi bote salvavidas. Estuve haciendo terapia con Carlos unos años hasta tuve que cambiar de residencia.
Si algo me liberó fue entender cómo funciona el ser humano, que todos nos podemos equivocar y que no pasa nada, que aprendes o tendrás que seguir lidiando con las mismas situaciones una y otra vez. La terapia me permitió entender por qué la imagen que tenía de mi padre era tan destructiva.
Hay que tener en cuenta que esta imagen la forjé siendo una niña y que le culpé mucho tiempo por habernos abandonado y por el papel que se me había asignado por culpa de su pérdida.
Soy otra desde ese día, desde el día en que entendí todo esto.
Mi padre, como todos, venimos con un propósito y él ya había cumplido con el suyo. Se fue cuando se tuvo que ir y, aunque pueda sonar feo, de no haber salido las cosas como salieron probablemente no habría llegado donde estoy en muchos aspectos. A pesar de la pena, me siento muy agradecida.
Las cosas no se aprenden de un día para otro y saber que estoy en el camino que quiero estar me hace estar mas tranquila, aunque me quede mucho por limar aún».
LA HISTORIA DE SONIA:
«Tengo 34 años y también soy Enfermera.
Mi amiga Tania me ha pedido que escriba de algo que me afectó hace ya 9 años, cuando mi padre falleció a los 54 años de forma inesperada.
No se si es fácil expresar lo que se siente cuando pierdes a uno de tus pilares más importantes, pero te pondré en contexto para que entiendas el impacto que yo viví desde mi rol de hija.
Allá por el año 2008 yo llevaba 6 meses con el título de enfermera, y eso supone que tenía mucha información pero no la suficiente experiencia seguramente.
Mi padre acababa de ser despedido porque la crisis estaba en plena incandescencia, y comenzó con unas molestias en el estómago que le estuvieron estudiando.
Yo soy la pequeña de 2 hermanas pero por mi personalidad siempre he sido la más sensata y la que he cogido “el toro por los cuernos” cuando ha sido preciso.
Mi padre fue hospitalizado durante una semana para estudiarlo y le dieron el alta con un aspecto físico mejorable pero con un diagnóstico nada preocupante.
Yo me ocupé de la carga de la casa en esa semana, y cuando fue dado de alta me fui a ver a una amiga que acababan de operar, Tania, la misma que me ha pedido que os cuente mi historia.
Justo esa noche, cuando estuve en su casa, pude ver a sus padres que se encontraban allí tomando algo con sus tíos. El padre de Tania, bastante gordito, como estaba mi padre, parecía que iba a explotar. Su aspecto me asustó y le intenté prevenir a cerca de su sobrepeso, por si le pasaba lo que le estaba pasando a mi padre.
Después, nos fuimos todos los amigos a tomar algo a nuestro lugar de referencia y, una vez allí, mi hermana me llamó muy angustiada gritando “¡papá, papá, corre!”. Volé, aunque para mí fue eterno.
Al llegar a casa lo vi allí tirado y monitorizado, y miré su ritmo cardíaco. Pregunté al médico si estaba muerto y su respuesta fue: “Si, claro”.
Desde ese momento mi reacción fue saber cómo estaba mi madre porque sabía que no podría hacer nada más por él.
Me parece muy importante saber que para una persona que se dedica a cuidar e intentar que la vida de la gente no corra peligro, perder a “el invencible” de su casa, “el cabeza de familia”, “el juez” en las discusiones, era algo impensable y muy duro de asimilar.
Cuando quien tiene el rol de cabeza de familia se marcha y yo soy la que “menos” pierde la compostura, se me es asignado el rol de cabeza de familia prácticamente al instante.
Gracias a dios, a mí alrededor siempre he contado con amigos que se olvidaron de estar de fiesta, o disfrazarse en carnaval de mi cantante favorito, por estar conmigo y mi familia apoyándonos. Aún se me saltan las lágrimas pensando en lo que ellos han hecho por mí.
Mi duelo ha sido largo y, aunque de forma muy sensata identifico que él no está ni va a volver, durante mucho tiempo me pregunté: “y si yo hubiese estado presente ¿lo habría salvado?», «¿y si no hubiese permitido que le diesen el alta hospitalaria?», ¿habría que haber denunciado al hospital?»…
Preguntas y más preguntas de «¿y si…?», de esas que no llevan a ninguna parte.
Después de mil formaciones en duelo te das cuenta de que es una parte más del proceso. No a mi no, y si…y si…Pero la verdad es que poco a poco empiezas a aprender a vivir sin él y consigues ser más útil en casa.
Siempre se le echa de menos, teniendo en cuenta además que el entorno no es muy favorecedor para hacer que no duela. Cada vez que quieres hacer que pase el dolor de la pérdida, viene algún “conocido” que sin mala intención (quiero pensar) te hace revivir ese dolor que tú ya habías calmado con tiempo e introspección, ayudándote a identificar eso que tanto duele y mitigando la culpa que sin querer te asignas.
Si algo he aprendido de toda esta situación es que estamos aquí para ser felices y no para preocuparnos de gilipolleces. Que la vida es corta y nunca se sabe dónde nos lleva, pero que corta o larga es para disfrutarla de verdad.
Te puede sonar tópico, porque lo es, pero cuando te lo cuenta alguien que ha perdido a su padre joven y ha tenido que aprender a vivir con ello, esas frases tópicas se trasforman en un único camino, en tu ideal de vida».
LA HISTORIA DE SILVIA:
«Durante dos años puedo decir que mi cumpleaños era la fecha maldita.
Cuando cumplía los 23, un septiembre, empezó todo. Ingresaron a mi padre por un color amarillento en los ojos y desde ese día, hasta navidad, el hospital se convirtió en mi hogar.
Tenía un tumor en el colédoco y la operación era muy muy complicada. ¿Cole qué? En ese momento no sabía lo que era, ni quería saber mucho más para no asustarme. Recuerdo que lo único que pensaba es que íbamos a tener suerte y que todo iba a salir bien.
Después de una recuperación eterna, empezó la quimio que duró 6 meses. Finamente llegaba el verano y parecía que todo estaba bien, que mi padre había logrado lo que parecía tan improbable. Durante ese verano todavía estaba muy delgado y mi madre no paraba de cocinar mil cosas para que comiera.
Y entonces, cuando cumplía los 24, llegó la gran ostia…, habían vuelto a aparecer células peligrosas. Segundo septiembre de mierda.
El plan que le ofrecían a partir de ahora era vivir controlando estas células, es decir, haciendo quimio cada cierto tiempo. Él, obviamente, nos lo pintaba como que no pasaba nada, que mucha gente vivía así durante más de 10 años y que podía hacerlo.
Este segundo año fue el más duro con diferencia porque mi sensación era que estaba luchando por luchar y no tenía sentido. ¿Para qué? ¿Para estar cada vez más débil y más delgado?
El primer año de la enfermedad tenía esperanza y podía agarrarme a eso. Este segundo año me costaba mucho más tener pensamientos positivos, básicamente necesitaba un milagro.
Durante el segundo ciclo, después de 6 meses de quimio de nuevo, podía estar tranquilo en casa. Pero sólo parecía él en ciertos instantes, el resto del tiempo no lo parecía. Mi madre, la pobre, estaba desesperada. Al final, era ella la que estaba 24h con él y, como siempre, cuando no estás bien con quien lo pagas es con las personas que más quieres.
Al tener fiebre muy fuerte, lo ingresaron y a partir de allí vino la decaída: Ictus y clínica para esperar que llegara el momento.
Ese último mes mi padre no podía hablar ni reconocernos. Recuerdo que me sentaba en su habitación a leerle historias de libros y me miraba con una cara…Nunca olvidaré esos ojos azules
Finalmente el día llegó, fue un 26 de mayo y pudimos empezar a respirar, sobretodo mi madre. Puede parecer feo pero es la verdad. Llega un momento que lo único que haces es alargar la agonía. Y…¿vale la pena? Ya te digo yo que no.
Si pudiera borrar muchas de las imágenes de esos últimos dos años lo haría sin pensarlo.
El día del entierro fue un día inolvidable. Recuerdo que vino tanta gente que la iglesia estaba petada. Mi padre era una persona muy conocida y querida en mi barrio, así que había gente de pie por todos lados. Recuerdo personas que vinieron a apoyarme que me hicieron emocionarme tanto…
- Mi entrenadora de gimnasia de toda la vida de gimnasia a la cual hacía años que no veía,
- el ex novio de mi hermana,
- alguna amiga de la infancia que también llevaba mucho tiempo sin ver,
- mis jefes, mis compañeros…esos que tantísimo me habían ayudado en el trabajo durante estos dos años.
Y por supuesto, mi novio de toda la vida…Ah no, que no vino, ¡zasca!, ostia de nuevo.
Pues eso, el que era mi novio en ese momento, con el que llevaba desde los 18, estaba en león en los campeonatos de España de baloncesto. Mi padre murió un martes y el entierro fue un jueves por la mañana, pero no, no pudo venir hasta el jueves por la noche.
Realmente creo que fue la primera lección que quiso darme mi padre, su primer regalo.
2 meses más tarde esa relación se terminó. Al principio no tenía ganas de afrontarlo, como que no era el momento, así que decidí auto engañarme, que se me da muy bien, y hacer como si no hubiese pasado, sin darle importancia.
Era una relación de estas que todo va bien y que nos llevamos bien, no discutimos, una relación de las que parece perfecta desde fuera. Pero no, las relaciones perfectas no existen. Realmente me di cuenta que no estaba enamorada y que no podía seguir por seguir, que lo importante es el ahora y por fin tomé la decisión.
A partir de ese día me di cuenta que yo era mucho más importante y que tenía que estar con alguien que me hiciera sentirme valorada 100%. Y si no es así, pues puedo estar sola perfectamente.
La muerte de mi padre me hizo mirar la vida de otra manera.
Al venir de familia humilde, mi obsesión era estudiar una buena carrera (por eso hice ingeniería) y ganar mucho dinero para poder vivir bien. Lo que yo pensaba que era vivir bien vamos: una bonita casa, un marido perfecto y unos hijos maravillosos. Además de poderles comprar a mis padres un apartamento en la playa 🙂
Y cuando empezó la enfermedad fue como: ¿y para qué todo esto? ¿Realmente vale la pena?
Decidí que el futuro me importaba una mierda y por eso eliminé de mi vida la vía fácil que había escogido con mi novio perfecto. Me mudé de nuevo con mi madre y a empezar de nuevo.
Durante el año siguiente sólo me importó mi madre, mi hermana y yo. Punto. Siempre habíamos estados muy unidas pero nunca de esta manera, juntas éramos y somos invencibles.
Recuerdo el verano de la muerte de mi padre, toda la familia de mi madre se juntó durante una semana en el pueblo para estar todos juntos. Esto hacía más de 10 años que no lo hacíamos, desde que éramos pequeños. Gracias a mi padre, volvíamos a estar pasando tiempo todos juntos de nuevo.
Desde ese verano se ha convertido en una tradición y cada año somos más. Puedo decir que la muerte de mi padre nos unió mucho más y a todos nos hizo recordar que aunque cada uno tenga sus problemas, y su vida, la familia siempre va a estar ahí.
Durante ese año empecé a hacerme muchas preguntas y decidí que iba a hacer aquello que llevaba años y años diciendo que haría: un viaje. Mi viaje, para mi.
Además, conocí a una persona muy especial que me ayudó mucho a hacerme todavía más preguntas para así encontrar mis respuestas y finalmente decidirme. ¡Dejo el trabajo y nos vamos de viaje 6 meses! Abandono mi zona de confort, la buena posición de trabajo que tanto me había costado conseguir, mi estabilidad económica (mi obsesión) y me voy.
¿Y por qué? ¡Porque me lo merezco! Porque mañana no sé lo que va a pasar, pero hoy sí: lo que yo quiera.
Y aquí, el segundo regalo de mi padre. Este viaje no lo hubiese hecho nunca si no hubiese sido por lo que pasó.
Creo que la muerte de mi padre me ha hecho ser mucho más «egoísta», me he hecho más protagonista de mi vida y a la vez me ha hecho ser mucho más familiar, cosa que no era antes…Mientras mi hermana era la familiar, yo era la ambiciosa, la que iba a lo suyo.
Además, he aprendido a priorizar en mi vida. Todo aquello que me suma le presto atención, del resto paso. Puedo decir que soy mucho más exigente con mi tiempo y por lo tanto, con mis amistades. Antes intentaba quedar bien con todo el mundo, ahora ¿para qué?
Es mi tiempo, y es muy valioso, así que invierto mi tiempo en lo que realmente me apetece y no tanto en lo que se supone que toca. De hecho, puedo decir que lo que pasó cambió mi vida por completo.
Si la vida no me hubiese dado esta gran ostia, seguiría con mi anterior pareja en mi piso y en mi buen trabajo, lo que hubiese derivado en una «felicidad indiferente», un estado de todo va bien pero que en realidad no significa nada. En 5-10 años sería una infeliz de la vida, con una vida estable de mierda.
En cambio, ahora estoy en Bali, en mi tercer mes de mi viaje, dejándome llevar, haciendo lo que me apetece y después de irme desconectando de todo, conectarme de nuevo conmigo misma.
Para personas que estén pasando por esto, no sé qué decir porque cada historia es un mundo. Pero bueno, sea lo que sea, a mi me ayudó siempre pensar que todo iba a salir bien. Aunque sea auto engañándome, me hacía más fuerte pensar así.
Obviamente en el fondo sabes que no a veces, pero tienes que pensar fuerte que sí para hacer desaparecer las otras voces. Pase lo que pase al final se trata de vivir y te puedo asegurar que es la única manera de vivir. Además, es muy importante no olvidarse del todo de una misma.
Entre todo lo que comporta una enfermedad, es muy importante seguir dándote tiempo para ti o te vuelves completamente loca. En mi caso, yo hacía Yoga dos días por semana. Era mi momento para coger impulso y seguir con fuerza, volver al hospital con una sonrisa. Piensa que el enfermo, y en mi caso mi madre, necesitan verte bien.
Mi padre me ha hecho muchos regalos con su marcha, así que no puedo estar más agradecida«.
LA HISTORIA DE VIRGINIA:
«Todos los seres humanos pasamos por cosas similares, todos nos parecemos mucho más de lo que pensamos. La muerte de un ser querido, es algo que antes o después todos transitamos.
Desde pequeños nos ocultan la muerte, es algo que se esconde, es un tema tabú. Por eso nos cuesta tanto entenderla y aceptarla, porque durante nuestros primeros años de vida la “evitamos”.
La perdida de mi padre es el dolor más grande que he sentido nunca. No solo su muerte, cada día que pasaba enfermo, era un dolor inmenso. No saber cómo ayudarle, no encontrar una cura, contemplar su deterioro. Tras su muerte me sentía culpable, culpable por no haber pasado más tiempo con él, culpable por no haberle cuidado más y mejor.
Me sentía tan triste. Tan desconsolada. Ya nada volvería a ser igual. Se había marchado muy pronto.
Nos había dejado el “gran papa”, nuestra flecha, nuestro chico. Nunca más podría volver a escuchar su voz, ni tocar sus manos, ni darle un beso. Ya no podría pedirle ayuda ni salir a pasear por el campo con él. ¡Le gustaba tanto!
Pero poco a poco comencé a sentir que él sigue aquí conmigo, que nunca se ha ido. Si necesito hablar con él le llamo por las noches, cuándo hay silencio para poder escucharle. Siempre encuentro amor, su amor, porque le escucho con el corazón. Y me siento enormemente agradecida con él por darme la vida, por regalarme esta preciosa y maravillosa vida, por enseñarme tantas cosas increíbles, por su presencia.
He aprendido muchas cosas de esta experiencia:
- He aprendido que la muerte hay que abrazarla porque forma parte de la vida y que, para integrarla, hay que hablar de ella con naturalidad desde nuestros primeros años de vida.
- He aprendido también que como energía que somos, al morir, sólo nos transformamos. Al igual que nos pasa en vida, con cada cambio que experimentamos, nos estamos transformando.
Cuándo siento tristeza lloro, simplemente lloro. Otras veces me acuerdo de él, y río. Y le le siento, le veo y le escucho. Le siento en la brisa del viento que corre por el bosque, le oigo en el canto de los pájaros, le veo en los lagos y en los árboles. Y si quiero pasear con él, le invito a que venga conmigo.
Sigue haciendo todas esas cosas que te hubiera gustado hacer con tu padre en vida, y que no pudisteis llegar a hacer, o aquellas que te gustaría repetir. Invita a tu padre a pasear por la playa, a tomar un café, al teatro… Nunca será igual porque todo ha cambiado, pero estoy segura de que lo vas a sentir muy cerca.
Como yo siento a mi papa, con un amor infinito».
CONCLUSIONES
Me ha parecido un relato que sale de lo más profundo de almas que han sufrido un gran aprendizaje, un relato que seguro que te ha podido ayudar mucho.
Yo sólo he vivido algo parecido cuando se fue mi abuelo Juan, el padre de mi madre. Aunque la tristeza era inmensa, justo en ese momento estaba leyendo «El Libro Tibetano de la vida y la muerte» De esa manera pude acompañar a mi madre y a mi abuelo a hacer el camino que no nos quedaba más remedio que transitar.
Parecía que él se resistía a irse, tuvimos que decirle muchas veces que se marchase tranquilo, que todo estaba bien, que le queríamos mucho y que siempre estaríamos juntos. Creo que sentía que dejaba sola a mi madre antes de tiempo y por eso no se quería marchar.
Te recomiendo encarecidamente ese libro, tanto si tienes alguna pérdida importante que superar como sino. Es una obra maestra.
Y como conclusiones, me quedo con el agradecimiento que sienten mis amigas por la cantidad de cosas que han podido aprender de la muerte de sus padre.
En tu caso, si te encuentras en una situación parecida y aún no puedes salir de ella:
- Superar el duelo tiene sus fases, mira a ver si has podido afrontarlas todas.
- Si sientes que no te has podido despedir busca la manera de hacerlo.
- Si te resulta muy complicado recorrer este camino en soledad, busca ayuda. La terapia ayudó mucho a Noelia y podría ayudarte a ti también.
- Entiende que venimos con un propósito y nos vamos cuando ese propósito ya se ha cumplido.
- La vida está para vivirla, disfrutarla y construirla a nuestra manera, porque nunca sabemos qué día tendremos que despedirnos de ella.
Tu padre vino a enseñarte muchas cosas buenas, y te ha dejado muchas cosas buenas. Aprende de lo malo que tuvo la pérdida, céntrate en lo bueno que te dejó e intenta hablar con él cuando lo necesitas, como bien te aconseja Virginia en su relato.
Tu padre sigue contigo pero no va a volver de la manera en que a ti te gustaría. Pero piensa:
- ¿Tu padre querría la vida que has elegido para ti?
- ¿Has aprovechado todo lo bueno que él te ha querido enseñar?
- ¿Te ha servido para algo su marcha?
- ¿Cómo puedes hacer, a partir de ahora, para que tu vida sea mucho mejor y tu padre tenga una sonrisa de oreja a oreja?
MILLONES DE GRACIAS A LAS AMIGAS QUE HAN PARTICIPADO EN ESTE ARTÍCULO Y A LA AMIGA QUE ME LO PIDIÓ.
Sois grandes mujeres con una gran sabiduría y yo soy muy afortunada de teneos cerca.
Y ahora, por favor, ME ENCANTARÍA CONOCER TU EXPERIENCIA o tu opinión a cerca del tema.
Si también has perdido a tu padre o a algún ser querido importante, sería genial que pudieses contarnos tu experiencia. Yo solo puedo ayudarte con este artículo, pero conozco a alguien que tiene más herramientas para estos casos.
¡Te espero en los comentarios!
¡QUE TENGAS UNA FELIZ SEMANA!