¡Cómo nos gusta coger una moto y dar vueltas por todos lados! Es un día muy bien aprovechado.
Nos levantamos muy temprano porque el sitio donde queremos alquilar la moto es muy barato.
Hay que llegar pronto no vaya a ser que cuando lleguemos ya no haya vehículos.
Además, queremos ver muchas cosas hoy y sino el día se nos queda corto.
Desayunamos con el alba, con los gallos y con los impertinentes de los vecinos que hablan a grito pelao desde primerísima hora de la mañana.
Nos abrigamos bien, porque para ir en la moto por carreteras de montaña hace un poco de frío.
Al llegar a la tienda de alquiler de motos, vemos que tienen montones aparcadas en la puerta.
No nos vamos a quedar sin moto, a no ser que queramos llevar 15 cada uno.
Nos explican cómo funciona lo del alquiler, podemos hacer seguro contra daños y contra robo y ¡nos piden el pasaporte de nuevo!
A ver cómo te lo explico…
¡Cómo te dejo yo el pasaporte cuando tengo a Inma tan preocupada con el tema!
Que le voy a tener que llevar carros de mermelada de piña para compensarle el disgusto ?
Si tú me das tus órganos y los congelo mientras tú te quedas con mi pasaporte, yo te dejo el pasaporte sin problema.
Ya si eso, cuando tú me devuelvas el pasaporte, yo te vuelvo a implantar todos tus órganos en el sitio exacto del que los hayamos extraído. ¿Qué te parece?
Mal, ¿vedad?…Lo suponía…
¡Pues eso! ¡Que no te dejo el pasaporte!
Ya me veía, otra vez, pateándome toda la zona sin descanso, por falta de vehículo.
Pero debe ser que no somos los únicos a los que les entra cagalera cada vez que nos piden tal documento y lo tienen todo previsto.
Si no queremos dejar el pasaporte original, podemos dejar una copia y 2.000 bats de depósito.
Nos vamos entendiendo.
Digamos que 2.000 bats son algo más de 50€, así que si vuelvo sin moto la pérdida no sería muy alarmante.
¡Toma los 2.000 bats bonita!
Dudamos un poco entre si hacer sólo el seguro por daños o si hacer también el seguro por robo.
Finalmente nos decidimos sólo por el de daños ¡y nos dan la moto más hecha polvo de todas!
Si me hubiesen enseñado antes la moto, hace el seguro por daños quien yo te diga.
Pero lo mejor es cuando nos pidieron un depósito de 200 bats por los cascos.
Nos pareció entendible hasta que fuimos a elegir los cascos.
No había ni uno, ¡ni uno!, que no estuviese roto.
Por no mencionar que tampoco había ninguno de moto.
Todos los cascos eran de bici o de patinete, o de vete tú a saber qué. Y encima, ¡rotos todos!
Estuvimos a punto de solicitar la devolución del dinero para marcharnos a otra tienda, pero al final accedimos, le hicimos un nudo al enganche del casco, y a la carretera.
Lo primero que queríamos visitar eran unas cuevas: Lod Cave.
No es que seamos muy amantes de las cuevas, pero era de las primeras cosas que todo el mundo nos recomendaba.
Aunque dichas cuevas nos pillaban a más de una hora de moto, no nos lo pensamos dos veces.
Cogimos la carretera de montaña de curvas pronunciadas con nuestra motaca y casi nos tenemos que parar a empujar en las cuestas.
El día acompañaba con un sol radiante y como íbamos casi solos por la carretera, nos dió por cantar.
Yo hago que canto en falsete y Manu parece que está atropellando a todos los gallos del distrito.
Si no es por Elvis, mejor que no cante.
Tengo un vídeo de muestra para que quede constancia de lo que digo, pero si lo enseño puedo morir asesinada.
Igualmente lo voy a guardar, por si algún día tengo que utilizarlo en un juicio.
Nos partimos de la risa bastante rato, hasta a Manu le hace gracia escucharse.
Podría parecer peligroso pensar que vamos conduciendo una moto por una carretera de montaña llena de curvas, mientras cantamos y vamos grabando vídeos.
Pero si os digo que teníamos que ir moviéndonos hacia delante y hacia atrás todo el rato para que la moto pasase de los 20 km/h ya no os parece tan peligroso, ¿a que no?
Nos advierten que hemos llegado a las cuevas, los montones de turistas y la cantidad ingente de puestos de comida.
Leemos un cartelito donde nos explica que no podemos entrar sin guía. Así que no nos queda más remedio que pagar.
¡Pagar para ver una cueva!
¡Qué pereza!
Pero bueno, ya que hemos venido hasta aquí…
Pagamos y nos adjudican de guía a una señora de avanzada edad, flaquita y con cara angelical.
Si esta señora es la que nos va a guiar, no será la cosa muy difícil.
Nos mira, nos saluda, coge una lámpara de aceite para iluminar el camino y comienza a andar.
Nosotros la seguimos sin mediar palabra y a los pocos minutos llegamos a un lago donde se abre la cueva.
La señora se para e intenta encender la lámpara, que no sé lo que pesará pero es más grande que ella.
Al cabo de un rato, cuando consigue encenderla, comienza a andar de nuevo y entramos a la cueva.
¡Quedamos impresionados con la magnitud del orificio!
Pensábamos que era una cuevita y que nos estaban sacando el dinero, pero para nada.
Allí hubiese sido imposible moverse sin llevar a alguien que conociese el terreno.
La cueva, con 1,5 km de largo, está atravesada por un río. La visita no se hace sólo a pie sino que parte del recorrido es a través del río, en balsa de bambú.
En su interior, además de miles de murciélagos y peces gigantes, puedes encontrar formaciones rocosas de todo tipo.
La cantidad de estalagtitas, estalagmitas, formaciones de carbono y figuras singulares, es exagerada.
No llevábamos mucho rato caminando cuando la señora empezó a respirar más acelerada de la cuenta.
Percibimos que le costaba demasiado trabajo llevar la lámpara y que subir escaleras se le hacía un mundo.
Le preguntamos si se encontraba bien y se echó la mano al pecho.
Como a esta señora le de un chungo dentro de la cueva a ver qué hacemos…
Para evitar posibles incidencias, Manu se ofreció a llevarle la lamparita. Ella, agradecida, no dudó un momento en soltarla y cedérsela a él.
Nos encantó la visita.
Las dimensiones de la cueva eran impresionantes.
Pasear a oscuras por un río en una barca de bambú no es algo que puedas hacer todos los días.
Pasear a oscuras por un río en barca de bambú y tener que ponerte la capucha porque sientes a los murciélagos muy cerca, tampoco te pasa todos los días.
Pasear a oscuras por un río en barca de bambú, mientras peces del tamaño de tu pierna acorralan la barca con la boca abierta, tampoco te pasa todos los días.
Resulta que una de las cosas más normales durante las visitas a esta cueva, es llevar alimento para dárselo a los peces.
Así que allí tenéis a los peces más felices de toda Thailandia, con un tamaño que da miedo y listos como ellos solos.
Ven una barca y allí que se lanzan con la boca abierta.
Como les sigan alimentando así, algún día volcarán las barcas y se comerán a los ocupantes. Que era justo lo que estábamos temiendo que nos pasase a nosotros.
La mejor parte de todas fue cuando tuvimos que entrar a la última cueva.
Una escalera de madera larga y empinada nos señalaba el camino.
Los escalones diminutos te obligaban a agarrarte a la barandilla, si no querías pegarte una buena leche.
Esa barandilla…negra y blanca…no porque hubiesen pintado la madera, ¡no!
¡Negra y blanca porque no había ni un milímetro que no tuviese caca de murciélago!
Sube parriba, sin manos, rezando para que el equilibrio no te falle, con los pies de lado porque a penas te caben en los escalones.
Y piensas: ¿si a mi no me caben los pies que tengo un 35, cómo lo hacen los demás?
¡Ya lo tengo!
¡Los demás tienen las manos llenas de caca de murciélago!
No hay otra.
Acabamos la visita sin incidentes.
Nuestra guía seguía viva, la lámpara de aceite la llevaba Manué, los peces no nos habían comido vivos, los murciélagos no nos habían atacado y la cueva nos encantó.
Habíamos caminado lo suficiente para que nos diese hambre, así que lo siguiente es buscar sitio para comer.
En el pueblo de al lado, paramos en un restaurante que nos da buenas vibraciones.
Ahí tenéis a la dueña cocinando.
Como no hablan nada de inglés, hay que señalar lo que queremos en las fotos que tienen en la pared, o mirar lo que están comiendo los demás y pedir lo mismo.
Ni con esas conseguimos que nos entendiesen.
Habíamos pedido dos sopas diferentes y un arroz con cosas y nos trajeron: una sola sopa y un arroz con cosas, con doble ración de arroz blanco en un plato a parte, por si queríamos repetir.
Nada más ponerlo en la mesa, la cocinera nos advirtió que era una comida picante.
Las guindillas flotando en la sopa nos lo dejaron claro.
Como no quería que mi chico se pusiese malo otra vez o le diese un ataque de sudoración, como le pasaba en la India, fui retirando una a una las guindillas para que desaparecieran de la sopa.
Nos alegró comprobar que el arroz con cosas no picaba tanto.
Nos confiamos…
De repente veo que Manu empeiza a resoplar, las gotas de sudor ya le caen por la frente. No puede hablar, ni cerrar la boca, ni pestañear.
De vez en cuando decía: «no puedo, no puedo».
A mí me da un ataque de risa y la camarera se da cuenta de lo que pasa.
¡El arroz con cosas tenía una guindilla escondida y no nos habíamos dado cuenta!
Corriendo, le trae otra sopita que se supone que calma el picor.
Recién salida del fuego, la pone en la mesa.
Manué, con el ansia del que quiere apagar un fuego, bebe de la sopa ¡y se quema!
Yo ya no daba más de mí…
Dudaba entre seguir partiéndome de risa o ir a buscar un extintor.
Sabía que con agua, lejos de mejorar, la cosa empeora, así que lo único que podíamos hacer era esperar.
Finalmente conseguimos acabarnos la comida y retomar la marcha.
Siguiente parada: las cascadas de Mo Paeng Namtok.
Es otro de los sitios más visitados por los turistas y que más recomiendan.
Puesto que en el norte de Thailandia la playa queda lejos, es un lugar ideal para refresacarse. O eso dicen…
Lo más interesante del camino fue que cada 100 metros alguna señora nos daba el alto para vendernos marihuana.
¿Tendremos cara de porretas?
LLegamos al lugar y bajamos por un caminito, hasta que llegamos a una charca.
¿Estas son las cascadas?
Unos cuantos chorrillos de agua, acabados en varias charcas marrones, eran suficientes para atraer a los turistas.
Unos cuantos jovenzuelos en traje de baño, disfrutaban de alguna que otra cerveza, mientras el sol empezaba a retirarse.
Nada más empezar a subir piedras, me atizo en el dedo gordo del pie con una de ellas y aquello empieza a sangrar.
En cuanto paro la hemorragia, sigo subiendo piedras.
¿Qué otra cosa podía hacer?
No estuvimos mucho tiempo allí porque el lugar no daba para más y Manué no se había recuperado de su indigestión de guindilla asesina.
Nos quedaba una parada aún: el poblado chino de Pai.
Dudamos si ir a verlo porque, después de las cascadas, no sabemos si merecerá la pena.
Y cuanto antes lleguemos a casa y nos pongamos otra vez con el agua con limón, ¡mejor!
Al final, como nos pilla de camino, hacemos una paradita.
Nos soprende gratamente.
Aunque el poblado chino de Pai está construído única y exclusivamente para atraer turistas, está bien montado.
A este pueblo, llegaron unos cuantos chinos refugiados por temas políticos que es establecieron allí definitivamente.
A partir de eso, montaron una simulación de un entorno chino para hacer honor a su exilio.
El poblado chino de Pai es un entorno verde, en un pueblo de montaña con maravillosas vistas.
Los puestecillos de tiro con arco y la noria humana, fue lo que más llamó nuestra atención.
Dimos un pequeño paseo, hicimos muchas fotos y para casa.
Devolución de moto sin incidencias, compra de tarta de queso para cenar y ya hemos hecho todo lo que queríamos hacer.
Mañana en nuestro último día en Pai.
¿Será otro día de reláx?
UN ABRAZO MOCHITER@S
Interacciones con los lectores